Rompiendo el candado (II y fin)

La luz del atardecer iluminaba las viejas estructuras de los edificios romanos del Foro, dándolos un color cercano al dorado.


Lucila paseó entre las piedras, descifró epígrafes incompletos…


- IMP(erator) AVG(ustus)…- murmuraba, mientras entornaba los ojos…


Recorrió el camino que había andado desde el arco del triunfo de Septimio Severo, donde un hindú vendía figuritas más caras que en las tiendas de souvenirs.


Anduvo desde la Piazza Venezia por la vía del Teatro Marcello. Observó el espectáculo que comenzaba al anochecer en la Piazza de María in Trastevere, donde los jóvenes italianos de pocos recursos realizaban malabares y danzas con fuego que impactaban a los turistas, pero no lograban más que mínimas ganancias monetarias.


Callejeando, recordó el restaurante Ivo, donde pidió una mesa para cenar a solas tagliatelle con salsa de salmón.


- ¡Lucila! ¿Come andiamo?


La mujer levantó la mirada, sorprendida, del plato de profiteroles que estaba tomando de postre. Era el mismo camarero que, un año atrás, les había atendido en aquel mismo lugar. Se llamaba Iuliano.


- Andiamo… bene- respondió, insegura, esbozando una sonrisa. Él rió, haciendo que enrojeciera y desviara sus ojos al jarrón que adornaba la mesa, sin saber si había respondido de forma correcta con el italiano chapucero que manejaba.


- Me alegro de verte de nuevo por aquí- dijo, contento.- Pero… ¿y el chico con el que viniste la otra vez?


- Ya no hay chico- murmuró, pinchando en un profiterol, acongojada.


- ¿Y has venido sola a Roma?- preguntó, arqueando una ceja.


- Pues si… tenía que hacer una cosa- respondió. Desde la cocina, llamaron impacientemente a Iuliano.


- Mira, salgo en una hora de aquí… Espérame en el San Calixto y nos tomamos algo, si quieres- sugirió, cogiendo la bandeja de encima de la mesa. Lucila asintió y el camarero volvió a su trabajo.



Sentada en la barra, Lucila fue vaciando el vaso de cubalibre. El aspecto del bar era el mismo que podría haber encontrado ella en su ciudad en una tasca donde un abuelo tomaba el carajillo después de comer. En cambio, el Roma, el San Calixto siempre olía a porro y la juventud romana parloteaba alegremente sobre cuestiones intrascendentales.


Mirando a través de las grandes cristaleras, observó cómo Iuliano tropezaba con la maceta de la acera, antes de entrar por la puerta, cojeando levemente de un pie.


- Mi bella Lucila… Gracias por aceptar la invitación.


Ella sonrió, correspondiendo a los dos besos con lo que él la saludó.



Amaneció en el hotel, desnuda. Sobre la cama, Iuliano dormía plácidamente. Lucila se vistió y salió a la calle.



El puente Milvio estaba esta vez vacío. Se apoyó en la barandilla donde cientos de candados tintinearon. La cogieron por la cintura. Tras el primer asustadizo momento, sonrió tranquila al ver la sonrisa de Iuliano, que portaba un candado con la llave puesta en la mano.


Se abalanzó sobre sus brazos, besándole como hacía tiempo no besaba a una persona. Tomó el objeto de su mano y lo tiró al agua.


- No quiero más candados que luego no pueda quitar de mi alma si las cosas acaban yendo mal…


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Al hilo del VIII reto del Foro Nuncajamás
La imagen extraída de google no he encontrado al autor (como tantas otras). Si llegas a este blog, la foto es tuya y te molesta que esté colgada, avísame y la retiro (digo esto porque entiendo que puede ser una imagen con más valor sentimental que otras que pongo y de las que no encuentro "dueño")

2 comentarios:

Esther dijo...

Ya dicen que cuando una puerta se cierra otra se abre... No siempre pero, está bien creerlo, da esperanzas.

Bonito final de la historia, aunque comprendo la actitud de Lucila, su recelo a creer que es verdad...

Saluditos.

Maat dijo...

Creo que es la primera historieta en la que el/la protagonista no acaba del todo mal ^^