Anita
Volvía a casa. El autobús la dejaba a una distancia corta del bloque de edificios del extrarradio donde vivía. Anita se subió en el transporte público, abonó su euro de pago y se sentó al fondo. No había mucha gente aquel día.
Pensaba en su padrastro Miguel. Odiaba a aquél tipo de manos grandes que se cerraban en puños con una frecuencia escandalosamente corta. Se cerraba e impactaban en su estómago. Había vomitado tantas comidas que no se acordaba de lo que era un día tranquilo.
Paró el autobús y se montaron varias personas. Un chico de unos veinte años y pinta no muy agraciada se sentó a su vera.
Hoy comería tranquila, que Miguel se marchaba a hacer unos trámites a la capital. Suspiró y esbozó una sonrisa.
- ¿Cómo te llamas?
Miró con desdén al chico que preguntaba. Tenía granos en la cara, se movía intranquilo y ceceaba.
- Ana- contestó, secamente, mirando por la ventanilla.
- Yo me llamo Luis- dijo él, como si no fuera la cosa consigo. Anita miró de reojo.
- Vale.
Volvió a sus pensamientos. Aquella tarde haría los deberes para el lunes llevarlos a clase y que no la echaran la bronca los profesores por descuidada. Ordenaría su cuarto y, después, bajaría a jugar con sus vecinas al patio...
- ¿Cuántos años tienes?- preguntó.
- 12- respondió, concisamente.- Y me bajo en esta parada.
Llamó al timbre y el autobús frenó. Él se levantó hábilmente.
- Yo también.
Salieron del autobús. Anita se encontraba intranquila.
- Adios- murmuró.
- ¡Espera! ¿Qué vives? ¿En la Zona?- preguntó. La joven suspiró y se giró para mirarle.
-Sí.
- Mis abuelos también. Voy a ir a visitarlos. ¡Qué bien! Así te acompaño...
Anita echó a andar, preocupada. A ella no la parecía tan bien que la acompañaran.
- ¿Quiénes son tus abuelos?- preguntó, tratando de tranquilizarse si averiguaba de quién era nieto.
- ¿Vas a los talleres que hace la Asociación de Vecinos? Yo he participado en alguno...
- No, la verdad es que no tengo tiempo- murmuró, sabiendo que la realidad era que no podía ir porque su padrastro no la dejaba.
- Ven, vamos mejor por esta calle.
Anita le siguió, callejoneando por el atajo. Era un camino más corto, entre naves y almacenes, pero él andaba muy despacio.
- ¿Te han besado alguna vez?- preguntó, en voz baja, acercándose a ella.
- No- musitó la joven, acercándose a la pared mientras la cortaba en paso. La cogió por la cintura y trató de besarla en los labios. Anita se separó lo suficiente para notar su boca en la comisura. Se desasió de él y apretó el paso.
- ¿Qué te pasa?- preguntó, extrañado, siguiéndola.
- Que no quiero que me des un beso, que no te conozco de nada- contestó, molesta, entrando en la calle que daba a la puerta de su casa. Echó mano a las llaves, palpitando temeroso el corazón en su pecho, temblando las manos al intentar meter la llave en la cerradura.
- ¿Quieres venir conmigo al cine? Te vengo a buscar a casa- dijo Luis, cerrándola el paso a la puerta. Anita quería llorar pero no debía hacerlo, no debía mostrarse más débil aún de lo que debía estar aparentando en ese momento.
Se abrió la puerta.
- ¡Miguel!- exclamó la joven, con una nota alegre en cada letra del nombre. Luis salió corriendo.
- ¿Quién era ese?- preguntó, con enfado.
- No lo sé, pero me estaba molestando...
- Sube a casa ahora mismo.
Anita notó la palma de su mano en la cara y un picor dolorido que la envolvió. No dijo nada más y subió a casa. Aquel tortazo quizás la había salvado de algo aun peor...
Pensaba en su padrastro Miguel. Odiaba a aquél tipo de manos grandes que se cerraban en puños con una frecuencia escandalosamente corta. Se cerraba e impactaban en su estómago. Había vomitado tantas comidas que no se acordaba de lo que era un día tranquilo.
Paró el autobús y se montaron varias personas. Un chico de unos veinte años y pinta no muy agraciada se sentó a su vera.
Hoy comería tranquila, que Miguel se marchaba a hacer unos trámites a la capital. Suspiró y esbozó una sonrisa.
- ¿Cómo te llamas?
Miró con desdén al chico que preguntaba. Tenía granos en la cara, se movía intranquilo y ceceaba.
- Ana- contestó, secamente, mirando por la ventanilla.
- Yo me llamo Luis- dijo él, como si no fuera la cosa consigo. Anita miró de reojo.
- Vale.
Volvió a sus pensamientos. Aquella tarde haría los deberes para el lunes llevarlos a clase y que no la echaran la bronca los profesores por descuidada. Ordenaría su cuarto y, después, bajaría a jugar con sus vecinas al patio...
- ¿Cuántos años tienes?- preguntó.
- 12- respondió, concisamente.- Y me bajo en esta parada.
Llamó al timbre y el autobús frenó. Él se levantó hábilmente.
- Yo también.
Salieron del autobús. Anita se encontraba intranquila.
- Adios- murmuró.
- ¡Espera! ¿Qué vives? ¿En la Zona?- preguntó. La joven suspiró y se giró para mirarle.
-Sí.
- Mis abuelos también. Voy a ir a visitarlos. ¡Qué bien! Así te acompaño...
Anita echó a andar, preocupada. A ella no la parecía tan bien que la acompañaran.
- ¿Quiénes son tus abuelos?- preguntó, tratando de tranquilizarse si averiguaba de quién era nieto.
- ¿Vas a los talleres que hace la Asociación de Vecinos? Yo he participado en alguno...
- No, la verdad es que no tengo tiempo- murmuró, sabiendo que la realidad era que no podía ir porque su padrastro no la dejaba.
- Ven, vamos mejor por esta calle.
Anita le siguió, callejoneando por el atajo. Era un camino más corto, entre naves y almacenes, pero él andaba muy despacio.
- ¿Te han besado alguna vez?- preguntó, en voz baja, acercándose a ella.
- No- musitó la joven, acercándose a la pared mientras la cortaba en paso. La cogió por la cintura y trató de besarla en los labios. Anita se separó lo suficiente para notar su boca en la comisura. Se desasió de él y apretó el paso.
- ¿Qué te pasa?- preguntó, extrañado, siguiéndola.
- Que no quiero que me des un beso, que no te conozco de nada- contestó, molesta, entrando en la calle que daba a la puerta de su casa. Echó mano a las llaves, palpitando temeroso el corazón en su pecho, temblando las manos al intentar meter la llave en la cerradura.
- ¿Quieres venir conmigo al cine? Te vengo a buscar a casa- dijo Luis, cerrándola el paso a la puerta. Anita quería llorar pero no debía hacerlo, no debía mostrarse más débil aún de lo que debía estar aparentando en ese momento.
Se abrió la puerta.
- ¡Miguel!- exclamó la joven, con una nota alegre en cada letra del nombre. Luis salió corriendo.
- ¿Quién era ese?- preguntó, con enfado.
- No lo sé, pero me estaba molestando...
- Sube a casa ahora mismo.
Anita notó la palma de su mano en la cara y un picor dolorido que la envolvió. No dijo nada más y subió a casa. Aquel tortazo quizás la había salvado de algo aun peor...