Ella caminaba tirando de su maleta por el pasillo del metro.
Él caminaba con el maletín cargado de trabajo.
Ella con una maleta vacía esperando llenarla de ilusiones y vida.
Él con un maletín lleno de cargas y pesares que le consumían.
Miradas perdidas en el mismo punto de agonía. Un traspiés, un empujón, un (al unísono) "perdón".
Rieron al tiempo llenando el eco del pasillo y los vacíos de la maleta y el maletín.
- Me llamo Jose.
- Yo Sandra.
- Eres de aquí?
- No, no vivo en Madrid. Vivo en muchos lugares: me paso la vida viajando.
El traqueteo del metro en los raíles resonó por encima de las voces de la gente, que corría como siempre corren en aquella ciudad cansada y con prisas.
- Ése es el mío- dijo ella, sin dejar de sonreir.
- Volverás a Madrid?- preguntó él, con un deje esperanzado.
- Nunca estoy del todo y nunca me llego a marchar. Si tenemos que volver a encontrarnos, seguro que pasará.
Echó a correr por uno de los pasillos y él, con paso cauteloso, tomó la bifurcación hacia otro andén.
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A veces saltan imágenes cuando te vas de viaje. Todas ellas pueden ser buenas para hacer una historia. Aunque sea un cuento triste como éste. Y aunque (con la manía de subirlo sin corregirlo) sea tan malo. Pero he tenido la necesidad de escribirlo.