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Se sentó en el escritorio y abrió el bloc. Puso a la pluma una carga de tinta negra y comenzó a deslizarla sin rumbo fijo sobre una hoja en blanco. Puso la mente en blanco, mientras movía la pluma levemente, trazando líneas que giraban sobre sí mismas. Notó como si el cansancio se apoderada irremediablemente de ella y luchó por mantener los ojos abiertos al sopor de aquel día que se cobraba su largo viaje. Crujieron los muelles de la cama e Iraila sintió como una especie de viento frío en la nuca. Miró la ventana, abierta. Frunció el ceño, recordando que debía estar cerrada. Otro crujido de la cama la alertó y, arqueando una ceja, con una sonrisa irónica, giró la cabeza hasta la cama, esperando encontrarse a Lorenzo… Pero ahí no estaba él. Creyó que se la paraba el corazón. Ahí estaba él, sentado sobre su cama con una altanería condescendiente en la forma en que cruzaba piernas y brazos. Vestía de negro, pantalones vaqueros y una camisa de corte informal. Por mucho que mirara a su cara, no conseguía ver nada.


- ¿Quién eres?- preguntó, con un nudo en la garganta. Él se inclinó hacia delante, posando una mano grande en su mejilla. Sintió su calor y una fuerza como la que había sentido minutos atrás con Lorenzo, que emanaba del contacto. No podía ser un sueño, tenía que ser real a la fuerza pero… ¿por qué aun no podía ver su cara? Estiró los dedos para tocar aquel rostro esquivo.


- Un reto para ti, una aventura para mi- respondió, calmado, mientras volvía a apoyar la espalda contra la pared, evitando el contacto de ella.


- ¿Qué...?


Un espasmo recorrió su espalda. Se había quedado dormida sobre la mesa. Miró sus dedos, manchados con la tinta negra y se sorprendió a sí misma al ver el dibujo que había sobre la hoja. ¿Cómo lo había hecho durmiendo? Aquel dibujo era un poco extraño… Súbitamente se fijó que había caído el sol por completo y miró el reloj. Se había quedado dormida hacía más de una hora.

Iraila entró, colgando la fina chaqueta que había sacado en el perchero del hall.

- ¿Tu no sales?- curioseó la joven. Él se encogió de hombros.

- Sabía que tendrías que volver y sabía que no encontrarías a nadie en casa, así que preferí quedarme y que no tuvieras que esperar en la calle- contestó, encaminándose a la cocina.- ¿Quieres un café?

- Vale.

- Te queda muy bien ese corte de pelo… estás aun más guapa- dijo.

- Gracias- musitó ella, recordando las palabras de precaución que aquella tarde había pronunciado su amiga.


La joven siguió los pasos de Lorenzo. La cocina era grande y tenía en el centro un fogón multiusos, donde habían colocado taburetes alrededor. Iraila se sentó en uno de ellos, posando el bolso sobre la improvisada mesa.

- ¿Solo? ¿Azúcar?- preguntó, sacando unos vasos.

- Solo y sin azúcar- contestó, escuetamente. Él rió de nuevo y la miró, mientras calentaba la bebida.

- No pareces de ese tipo de personas a quien disgusta un dulce- comentó, con ironía.

- Ah, ¿pues qué tipo de personas toman el café solo y sin azúcar?- preguntó ella, en tono resentido.

Vertió el líquido en los vasos. Vio cómo él añadía en su café un hilo de leche y azúcar. Se volvió y los posó sobre el fogón. Acercó el taburete más próximo a ella y se sentó.

- Bueno, eres joven, seguro que aun no tendrías que tomarte un buen café como si fuera un castigo amargo.

- Me gusta el café amargo… además, tengo intolerancia a la lactosa- dijo, altivamente.- No podría tomarlo con leche ni aunque quisiera.

- ¿Ni un poquito de azúcar para endulzar?

- El mejor azúcar es el que te da la propia vida.


Dio un trago al café, que calentó su garganta. Observó cómo la miraba, ladeando la cabeza, esbozando una sonrisa apetecible. Era un chico guapo, no cabía duda. Tampoco dudaba lo que la había dicho Maya horas antes. Tenía el pelo del color del heno y unos grandes ojos marrones. Lorenzo posó la taza junto a la suya, rozando la mano. Iraila sintió cómo si una fuerza magnética la impulsara hacia él. Tuvo que contenerse. Recordó sus sueños y notó que ese extraño impulso era el mismo. Quizás el chico de sus sueños también era él…


Maya irrumpió en la cocina y todo sentimiento pareció desvanecerse. Miró con desacuerdo la actitud de Loren y con compasión la de su amiga.


El callejón estaba oscuro. Iraila miró a los lados, comprobando que la calle central e iluminada quedaba a pocos metros. Echó a andar, abrazándose a sí misma, protegiéndose del frío incipiente que la calaba hasta los huesos. Un leve crujido la hizo parar en seco. El instinto y el sentido común la empujaban a correr, pero se había quedado paralizada en el sitio. Ladeó la cabeza hacia donde provenía el ruido. Allí estaba, era él seguro, con el que había soñado la noche anterior.

- ¿Sabes distinguir una Sombra entre la multitud?- preguntó, dando un par de pasos hacia ella. Iraila se movió, inquieta.

- No entiendo… Las sombras viven de nuestros cuerpos… Sin nosotros, no habría sombras…- contestó, meditabunda, sin dejar de abrazarse. Era el mismo, pero no sabría reconocerle. Su presencia la incomodaba y a la vez la atraía. Pero no había visto su cara, siempre envuelta en la oscuridad.

- Así que no sabes…- dijo, altivo.- Si no sabes, yo te enseño…

El suelo comenzó a moverse, asustando a la joven. Él rió con desconsideración ante su miedo, mientras se fue agrietando el asfalto destruyéndose la calle.


Iraila se despertó sobresaltada. El autobús había entrado en la estación de llegada, provocando el repiqueteo y movimiento del suelo. Suspiró mientras quitaba con la manga las gotas de sudor que perlaban su frente. Había sido un sueño más, otro absurdo sueño como el de la noche anterior. Pensó que el dolor que había experimentado estaba atravesándola hasta el inconsciente, que la mandaba mensajes confusos y cifrados. El autobús paró por completo y las luces auxiliares se encendieron, mientras los pasajeros se levantaban, estirándose después de las diez horas de cansado viaje. Iraila hizo lo propio y desentumeció las articulaciones cuando se puso en pie. Cogió el bolso y comenzó a buscar con la mirada entre las personas que esperaba la llegada en la estación. Maya tenía que estar allí, esperándola, pero no la reconoció entre la gente. El temor a que aquella vieja amiga no hubiera ido a buscarla la puso nerviosa. Se obligó a sí misma a calmarse y recoger, lo primero, las maletas. Luego se preocuparía de encontrar a Maya.


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Foto de "Moyolehuani"

Fragmento de "El Ciclo de las Sombras"